[RENACER] CAPÍTULO II: MALAS NOTICIAS.





CAPITULO II

MALAS NOTICIAS



Siempre me he sentido eterno, ese es el mal de los escritores, sentimos que podemos no estar mañana pero tenemos la certeza de que nuestras palabras estarán allí para siempre. En aquella estantería de la librería más famosa o en aquel blog leído por medio millón de personas.

Siempre he bromeado con morir joven, siempre había conjugado verbos para dejarle saber a mis amigos, familiares y amores que mi paso por esta tierra sería breve. Como aquella canción de Alphaville, prefería morir joven porque mis escritos vivirían eternamente. Nunca he querido llegar a la edad donde toca usar pañales, donde no puedes valerte por sí mismo, donde no puedes ni caminar. Eso no es para mí, antes de vivir eso prefería partir. Así la gente me leería más, así me volverían inmortal.



Dejas de hacer chistes con la muerte el día que te susurra al oído.



Saturaba 82, sino conoces sobre términos médicos pues te cuento que esto es malo. Muy malo. Entré en un Uber que mis compañeros de piso me habían pedido minutos antes. German se había ofrecido a acompañarme pero lastimosamente solo podía subirse uno. Apenas podía caminar, respirar me costaba. Mientras pasaban las calles vía al hospital solo me concentraba en inhalar y exhalar, lo hacía como si mi vida dependiera de ello. En ese momento quería a mi mamá, la tenía a cientos de kilómetros porque había decido mudarme a una capital mundial a perseguir mis sueños, aquellos que se me quedaron cortos en Caracas, mi ciudad natal. Como la vida es así, perra, me encontraba en la ciudad de mis sueños pero solo. Toda mi familia estaba en Venezuela y yo, casi que agonizando a pocos minutos de llegar al centro hospitalario. 

¿Cómo sucedió todo esto? Días atrás me diagnosticaron positivo para Coronavirus. Comencé a sentirme mal unos días después del concierto de mi banda favorita y con el paso de las horas todo estaba empeorando, fui marcando check en cada uno de los síntomas hasta que la fiebre se apoderó de mis músculos y ya no había vuelta atrás. 

La segunda noche de fiebre me sentía muy mal, tanto que no podía moverme, lo único que hacía era llorar y llamar a mi mamá por FaceTime, ella valientemente me impulsaba a no caer, a no quebrarme. Mi madre es una mujer muy fuerte, desde hace años la considero la mujer maravilla porque ningún apodo le quedaría mejor. Todo lo hace increíble, con una sonrisa y así esté haciendo mil cosas a la vez, todo le sale de maravilla. Le ha tocado dos años difíciles, ha tenido que despedir a mi hermana en aquel aeropuerto cargado de canciones melancólicas, luego le tocó despedir su matrimonio y para rematar también me despidió a mí. Ella no podía con otra emoción fuerte, yo siempre había estado ahí, a su lado para acompañarla y hacerla reír hasta en los momentos más duros. Esta vez sería distinto.






La tercera noche de fiebre todos en mi casa intentamos llamar al número de emergencias pero el caos reinaba en la ciudad, en el país, en el mundo. La operadora que me atendía intentaba darme ánimos y repetirme sin cesar que no me acercara a ningún centro de salud. '¡Eres joven! ¡Nada te pasará!', me decía una y otra vez. Algo dentro de mí sentía lo contrario, tenía una necesidad absurda de despedirme. Ni yo mismo lo entendía, cada vez estaba más débil, cada vez podía movilizarme menos. Intenté refugiarme en la música y aunque sonara mi canción favorita, nada podía pararme el llanto. Le pedí a mis compañeros de piso que estuviesen pendiente de mí, que sino me escuchaban en un rato entraran a mi cuarto. Comencé a quedarme dormido, mi mente me repetía sin cesar que algo no estaba bien, así que decidí escribirle a mi mamá:



"Te amo, mami. Con los años intentamos recuperar todas esas peleas tontas que teníamos porque Dios mío que carácter tenemos, pero le doy gracias al señor todos los días porque nos volvimos mejores amigos. Bueno, siempre lo hemos sido. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo. Doce 'te amo' para ti porque sé que es tu número favorito. No tengas miedo, yo no tengo miedo. Logramos pasar hambre, trabajo, sangre, sudor y lágrimas. Esto es momentáneo. Pronto me levantaré de aquí. 

No te sientas lejos, te conozco. La distancia te está matando, pero yo vengo de ti jamás estaremos alejados. Soy una partecita de ti que anda por el mundo de payaso. 

No llores, pronto me levantaré de aquí.
Esto mejorará y te llevare a pasear por Madrid, Ibiza y Bali.
¡Qué no se nos olvide Bali por favor!

Te amo con mi vida, mami.

No sé si te lo he dicho suficiente pero te amo."


Palabras más, palabras menos, me estaba despidiendo de ella. Despidiéndome sin que se diera cuenta, despidiéndome como lo hice en aquel aeropuerto pero sin abrazos, sin apretujarla y sin llorar. Mi mamá me recordó lo mucho que me amaba, también cada proceso que habíamos vivido desde que nací, que ser un luchador estaba innato en mí, que si pude atravesar todos mis obstáculos de niño, también podía con esto. Sabía que se estaba haciendo la fuerte, que estaba en mi cuarto tirada en la cama llorando y pidiéndole a Dios estar a mi lado este momento tan difícil.

Luego de hablar con mi mamá, llegó el turno de despedirme de mi padre. Él es como un personaje mitológico, sabes que existe pero por diversas razones no puedes verle siempre. En ese momento lo necesitaba, los necesitaba a ambos. Quería que estuviesen en mi cama, uno a cada lado repitiéndome que todo saldría bien. Le pedí a mi mamá que me comunicara con él y minutos más tarde me escribió todo asustado. No sé como mi mamá lo ubicó, no sé como dio con su número o de que piedra lo sacó. Solo le respondí: Te amo. Te perdono, papá. Te perdono absolutamente todo.

No sabía si volvería hablar con mi mamá, no sabía si volvería encontrarme con los misterios de mi papá. No sabía si los volvería abrazar. Todo esto pasaba por mi mente mientras iba vía al hospital, la noche anterior había sido eterna. Pasé más de ocho horas con fiebre a cuarenta, si te soy sincero no tengo ni idea de como caminaba, creo que todo lo hacía por instinto de supervivencia.

'No me quiero morir', me repetía sin cesar. 'Tengo muchas cosas por vivir, por escribir, muchos sitios por conocer', pensaba mientras el Uber aparcaba en la entrada de urgencias del Hospital Universitario Gregorio Marañón.






Entré, presenté mis datos en admisión y el chico encargado me explicó que me llamarían por algunas de las puertas. Me senté a esperar mi turno, deseando que todo esta pesadilla terminara rápido, me inyectaran algún medicamento y pudiese volver a casa. Al instante llegó German, mi ángel guardián, había pedido un Uber luego de verme salir tan mal de la casa y apareció en el hospital para chequear que todo estaba bien, él se encargaba de ser el informante de mi mamá que estaba desesperada en Venezuela.

'Ostwald Guillén, puerta dos', sonó en la sala de espera. German me ayudó a levantarme y me repetía lo mismo que mi mamá: 'Todo estará bien, no tengas miedo'. El oxígeno era un huésped que estaba de salida, por más que tratara no podía respirar bien, por más que me esforzara era imposible inhalar y exhalar como de costumbre.

Mientras caminaba a la puerta dos, que se me hacía eterna, iba preguntándome: '¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Me darán de alta hoy mismo? ¿Seré el único qué odia estar enfermo?' Abrí la puerta con la poca fuerza que me quedaba y pasé a una sala pequeña con tres enfermeros. Dos sentados al final de la sala y una enfermera esperándome en un escritorio para registrarme. Aquí comenzaron las preguntas de rutina.



Nombre: Ostwald
Apellido: Guillén
Edad: 27 años.
Patologías anteriores:
Asmático de pequeño pero tengo años que no sufro de asma.
Alergias: Ninguna.


'¿Cómo te sientes?', me preguntó para terminar el interrogatorio. 'Enfermera, sinceramente no puedo respirar', respondí recostando mi cabeza en el escritorio. Sin saberlo me estaba dando por vencido y la guerra ni siquiera había comenzado. Con la cabeza recostada, vi como los dos enfermeros que estaban sentados al final de la sala salieron corriendo, la enfermera que estaba conmigo intentaba medirme el oxígeno en sangre pero quedaba asombrada de mis valores.






Comenzó a sonar una alarma, aparecieron los enfermeros que habían salido corriendo y me trasladaron en una cama clínica. Me llevaban corriendo a una sala que no conocía del hospital, no era la sala común de espera de urgencias, estaba entrando en trauma shock. Sabía lo que estaba pasando, un verano trabajé en un hospital trasladando pacientes y estaba consiente de que todo estaba muy mal. Apenas entré en la sala apareció personal sanitario de todos lados, doctores, enfermeras. Todos hablaban a la vez, me pedían que mantuviese la calma mientras me ponían oxígeno y diferentes aparatos hospitalarios que desconozco. Me sentía en ER, sentía que estaba en una serie donde todos los doctores deben salvar al protagonista, donde todos corren por hacer lo imposible pero puede que sea muy tarde. Intentaban hacerme reír, intentaban calmarme, pero yo sinceramente solo me enfocaba en respirar.

Sonó la alarma de nuevo, otros enfermeros entraban a la sala con otro paciente. Ya no estaría tan solo, al menos. Aparecieron más doctores, más enfermeros y yo me preguntaba: '¿Será qué se reproducen con el agua? ¿De dónde salen tantos?' Por lo que pude ver este era un señor mayor, aquello que definen en la televisión como 'grupo de riesgo', algo que me parece insólito. Cuando todos comenzaron a hablar del virus, yo opte por escuchar lo que decían los expertos, que se resume en: 'El uso de mascarillas es innecesario. Lo único que deben hacer es lavarse las manos y mantener la distancia.' Así que sinceramente me parecía una ridiculez ver a la gente usando mascarillas, caminando asustados. Solo pensaba: 'Es una gripe un poco fuerte. ¿Qué me puede pasar a mí? Yo soy el rey de la gripe. Si el socialismo en Venezuela no pudo conmigo, tampoco lo hará este virus'.

Allí estaba, a punto de morirme gracias a la 'gripe un poco fuerte'. El coronavirus tenía en tres y dos al propio rey de la gripe. No recuerdo más de esas horas en trauma shock, solo recuerdo que me sacaron en camilla cuando estaba estable y pasar por la puerta donde estaba German dando vueltas. Me llevarían a otra sala del hospital. No recuerdo haberme despedido de nuevo.






Salí de ahí directo para observación, aquí la película se me volvió borrosa y solo tengo los mensajes que le envié a mi mamá: 'Estoy en una sala con cinco personas más, cada vez que tomo agua la saturación me baja demasiado. Ya me siento un poco más tranquilo.' Mi mamá solo me respondía con notas de voz diciéndome: 'Eres fuerte, eres fuerte, eres fuerte.' Yo la imaginaba entrando con su uniforme impoluto de enfermera a la sala donde estaba, sonriendo como siempre lo hacía cuando quería que me olvidara de todo lo malo que estaba pasando, en mi mente ella tenía la cura para este virus terrible que me estaba carcomiendo.

Volví en sí y solo recuerdo que de cinco nos convertimos en dos. Vi a la muerte paseándose por cada cama, negociando, hablando bajito para que no la escuchasen, llevándose de uno en uno a mis compañeros de habitación. Vi a la muerte trabajar de frente, colocarme un número en el pie y susurrarme al oído que pronto llegaría mi turno. En ese momento el miedo me paralizó, comencé a pedir perdón por todas las veces que dije sin pensar: 'Me quiero morir'. Me arrepentí de haber perdido tiempo, de no perdonar a mi papá antes, de no abrazar a mi mamá más, de no repetirle a mi abuela lo mucho que la amaba, de no escribirle a mi tía más seguido. Mientras estaba en introspección, par de médicos se acercaron para darme otra mala noticia. No era suficiente con lo que estaba viviendo. Había llegado la hora de conocer el infierno en primera persona.



Sr. Ostwald Guillén, debemos trasladarlo a la Unidad de Cuidados Intensivos. Allí estará entubado, le informaremos a sus familiares.



Atte. Ostwald Guillén







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